La leyenda del jazz Miles Davis resucita desde el viernes en una exposición en la parisiense Cité de la Musique, que levanta un velo sobre este misterioso, provocador y carismático trompetista estadounidense, que revolucionó el jazz.
A través de unos 350 objetos –filmes, fotos, manuscritos, tapas de discos, vestuario, trompetas–, la exposición recrea el universo del músico nacido en 1926 en Saint Louis, Illinois: desde su llegada a Nueva York en 1944 hasta su último concierto en París, en 1991, poco antes de su muerte.
Pero es la música, siempre la música, la que está en el corazón de esta muestra, explicó a la AFP Vincent Bessières, el comisario de la exposición “Queremos a Miles”, título de uno de sus álbumes.
La exposición, que cierra el 17 de enero, “es un llamado a redescubrir su música”, señaló Bessières, en un recorrido en el que no esconde su emoción por la próxima inauguración de la muestra –a la que asistirán los hijos de Miles– ni su inmenso respeto por el personaje casi sobrehumano que fue el músico.
“Miles encarnó el genio de la música, fue un personaje carismático, ambiguo, misterioso, enigmático, con una ambición personal muy fuerte. Su deseo de tener éxito, pese al color de su piel, le dieron una fuerza inagotable. Pero es su música que está en el corazón de la exposición”, insistió.
Miles, que tocó con cientos de músicos –su aprendizaje fue nada menos que con Charlie Parker y Dizzy Gillespie– nunca dejó de renovarse, de cambiar: su fulgurante trompeta nunca cesó de sorprender.
La originalidad de Bessières, que trabajó dos años en la organización de la muestra, es haberse inspirado, para diseñarla, en la manera de Miles de tocar la trompeta, con una sordina de acero, que le daba un tono más íntimo y personal.
“La escenografía se inspiró de ‘la sordina’ de Miles”, explica Bessieres, mostrando en una de las primeras salas una pequeña cabina, una suerte de capilla sonora, donde vibra la trompeta inconfundible de Miles.
En cada una de esas “sordinas”, el visitante se sume en composiciones emblemáticas de cada periodo del trompetista, tales como “In a Silent Way” o “Kind of Blue”, el disco más vendido en la historia del jazz, grabado hace 50 años. “El jazz nunca fue lo mismo, después de ‘Kind of Blue”, notó el comisario
En una vitrina contigua, se presenta la trompeta que Miles “probablemente” usó para esa grabación, y el saxofón utilizado por John Coltrane en ese histórico álbum.
En otras vitrinas, o colgando de las paredes, hay fotos, dibujos, manuscritos musicales, instrumentos. Mientras, la imagen del trompetista se proyecta en múltiples pantallas.
“Los objetos sólo son utilizados para poner la música en su contexto”, subraya Bessieres, continuando el recorrido de la muestra, que se desarrolla en un espacio de 800 metros, en dos pisos.
En el subsuelo, el visitante se sumerge en el sonido electrónico de un Miles ahora psicodélico. En la pared se refleja un filme del mítico concierto en la isla de Wight.
En vitrinas, cuelga el vestuario –chaquetas blancas con lentejuelas, pantalones anchos, anchos lentes de sol– que vistió en esos años, cuando estaba elaborando una música abstracta, entre jazz, rock y funk.
El penúltimo espacio es un corredor estrecho y oscuro, que evoca el periodo en que Miles se sumió en el alcoholismo, la depresión, en un largo silencio. En ese estrecho túnel, se escucha “He Loved Him Madly”, un tributo de casi media hora compuesto por Miles tras la muerte de Duke Ellington, en 1974.
La exposición termina en los años 80, con Miles consciente de su leyenda, de su lugar en la historia. “Miles pone en escena su propia leyenda”, resume el comisario, recalcando que “esta es la primera gran exposición en el mundo consagrada a Miles Davis”, y que es “justo” que sea en París.
Miles siempre reconoció que había descubierto en París –adonde llegó por primera vez en 1949 y tuvo un enamoramiento que lo marcó mucho con la cantante francesa Juliette Greco– “una ciudad donde era reconocido, amado, tratado con respeto, tratado como igual”, dijo Bessières.
“Pero quizá, como dijo (el baterista y compositor estadounidense) Max Roach, sin segregación no habría habido jazz”, concluyó.
Vía “AFP”
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